lunes, 13 de abril de 2020

ENSEÑANZA ON LINE

Tengo un amigo, profesor de la Universidad de La Rioja, que es un experto en los procesos de enseñanza aprendizaje a través de las tecnologías de comunicación. Este amigo lleva tiempo diciendo que no es lo mismo utilizar metodologías didácticas innovadoras a través de las tecnologías que usar las tecnologías con las metodologías didácticas tradicionales.

Al hilo de la actual situación de confinamiento en casa del alumnado y profesorado, está repitiendo otra idea similar, en esta ocasión refiriéndose a que no es lo mismo pretender seguir dando clases a distancia, como si se tratase de una metodología específica de formación a distancia. Porque se trata de dos realidades diferentes.

Conozco otro profesor universitario amigo mío, que desde hace años está intentando incorporar procesos de enseñanza innovadores con su alumnado, utilizando como medio las tecnologías que le ofrece la propia Universidad. Sin embargo, no tiene la suerte de su otro amigo, y se ve incomprendido por sus compañeros y responsables del Departamento, cuando no despreciado y obligado a no utilizarlas. De hecho no se le permite interactuar con el alumnado a través de las Plataformas tecnológicas de la propia Universidad, por lo que se ve en la tesitura de buscar alternativas de interacción por su cuenta y con medios propios.

Resulta que, precisamente en este momento cuando las tecnologías de la comunicación se han convertido en imprescindibles para mantener el proceso formativo, le prohíben mantener esas herramientas ajenas a la Universidad, con la excusa de ser “públicas”. Es decir que no le permiten utilizar la Plataforma de su Universidad y le prohiben utilizar otras Plataformas ajenas. ¿Quién lo entiende?

Como mi amigo es bastante tozudo, buscará alternativas para seguir ofreciendo a su alumnado metodologías innovadoras, a la espera de que la realidad se imponga y se demuestre la incongruencia de su propia Universidad. Al tiempo.

martes, 17 de marzo de 2020

NUEVOS POLÍTICOS DE HACE 25 AÑOS

Recoge hoy el Diario de Navarra una efeméride de hace 25 años, la rueda de prensa que convocamos cuatro intrépidos que nos revelábamos contra las formas políticas de un partido que parecía anclarse en el pasado y no quería mirar al futuro.

Evidentemente cada uno podrá recordar o contemplar aquel acontecimiento como quiera, la opinión de cada cual es libre. Pero mis recuerdos como protagonista en primera línea son los que son, y los expreso también con mi libre opinión y desde mi personal perspectiva.

En primer lugar lugar no me arrepiento de haber colaborado con aquellas personas a crear un nuevo estilo de hacer política que, en aquellos momentos encarnaba el Presidente del Gobierno de Navarra Juan Cruz Alli.

Recuerdo perfectamente que en septiembre de 1993 dejé la docencia para incorporarme a la vida política interna de UPN, me habían designado Secretario de Formación. Disfruté y viví con intensidad esos dos años, pero la confrontación que se vivió en el partido, me hizo decantarme, sin ambages y en conciencia, por el estilo de hacer política de Juan Cruz.

Hoy, pasados 25 años, estoy satisfecho por haberme enfrentado sin otro arma que la convicción profunda de que había que cambiar las formas, las estrategias, los modos de presentar las ideas, que mantenían los grupos dominantes de la política navarra. Me siento orgulloso y para mi fue una victoria contra los poderosos. Nos cerraron todas las puertas oficiales y fuimos capaces de iniciar desde cero un nuevo proyecto político de futuro, ilusionando a una gran parte de la sociedad Navarra que posteriormente nos otorgó su confianza.

En aquellos días dejé escrito: “veo el futuro político que me gustaría construir: tener un Partido de gente honrada y eficaz, que una y no separe, que gobierne para todos y no sólo para unos pocos que tienen el poder económico y de opinión”. ¡Qué actuales son esas palabras! No sé si se logró, lo que es absolutamente seguro es que, en los seis años que estuve al frente de la política interna del CDN (1995 a 2001), lo intenté con todas mis fuerzas.

Me gustaría recordar con nombre y apellidos a muchas de las numerosas personas que estuvieron en los puestos de representación del CDN en aquellos años. Evidentemente no voy a hacer un recorrido de nombres, además muchos de ellos son conocidos, pero quiero destacar que la inmensa mayoría, al día siguiente de dejar sus cargos públicos estaban trabajando en sus respectivos oficios o encontraron otros con facilidad por su formación y valía profesional. Eso es indicativo de que dieron parte de si mismos a la sociedad a la que estaban sirviendo y no se sirvieron de ella.

Tampoco haría falta dar nombres de políticos de hoy que son absolutamente todo lo contrario, es decir que no tendrían a donde ir si dejan sus cargos públicos, porque se están aprovechando de la sociedad y no sirviéndola.

Finalmente me da mucha pena contemplar que, tanto UPN como el PSN (no quiero mencionar a otros partidos por muy nuevos que parezcan), no son capaces de superar las viejas formas de anclaje a los pasillos de las sedes respectivas, de donde sacan puestos públicos adulando a los líderes. Y me sigue dando mucha pena los discursos viejos y rancios de ambos partidos, ojalá en sus respectivas afiliaciones surjan políticos que unan y no separen, que gobiernen para todos y no sólo para unos pocos.

lunes, 28 de octubre de 2019

PEDALEANDO SOBRE CONCEPTOS EDUCATIVOS: 2. EVALUACIÓN

Una de las preguntas claves que debe hacerse todo profesor antes de iniciar un periodo de enseñanza es la siguiente: ¿cómo sabré que los alumnos han aprendido? Dependiendo de la respuesta “profunda”, planificará de uno u otro modo el proceso de enseñanza. Y digo “profunda” porque muchas veces la tradición, lo que siempre se hace, lo que nos obliga el sistema, etc. puede ser nuestra repuesta “superficial”. Veamos.

El propio centro educativo muchas veces tiene establecido un sistema de evaluación que determina que, “el alumno sabe si alcanza una puntuación superior a 5 en una prueba de examen”. Del mismo modo el sistema educativo en general establece que cuando el alumno ha conseguido superar todas las asignaturas de una Etapa (sea Primaria, Bachiller o Grado universitario) entonces se le concederá una titulación oficial que le servirá para su vida profesional. Por eso el empleador, en primera instancia o siempre -si se trata de la función pública-, mantiene un criterio de alumno que sabe como “aquel que en su día obtuvo determinadas calificaciones y adquirió una titulación oficial” precisamente la exigida para poder acceder a determinado empleo. Todo este sistema de exigencias de obtención de calificaciones, es obvio que determina una respuesta: “tengo que poner un examen para que el alumno supere una nota, por lo que debo enseñar a los alumnos a aprobar la asignatura”, de lo contrario, si no se cumple esa respuesta, los gurús de la calidad nos dirán que eres un mal profesor.

Por otro lado podemos contemplar el punto de vista del alumno, que se preguntará: ¿aprendo para saber o aprendo para aprobar?, y del mismo modo podrá dar una respuesta “profunda” o una respuesta “superficial” que vendrá establecida por la tradición, por las exigencias sociales e incluso por las expectativas que otro (padres, profesores, etc.) hayan podido poner sobre él. Así su reflexión será del estilo: “tengo que sacar un título, por tanto estudio para aprobar los exámenes que me lleven a alcanzar ese título”. Es evidente que el alumno quiere obtener una titulación para la cual se ha matriculado y es lógico que opte directamente por estudiar para “aprobar”, con todo lo que ello conlleva.

En ambos casos las respuestas son “superficiales”, es decir, vienen determinadas por los sistemas educativos vigentes y las tradiciones en forma de titulación, calificación, prueba, examen, etc. En definitiva lo que se denomina habitualmente enseñanza tradicional.

Vamos a pensar en unas respuestas más profundas. El profesor tiene la responsabilidad de enseñar a sus alumnos, por tanto es absolutamente necesario que su proceso de enseñanza se dirija hacia la existencia de un aprendizaje en el alumno; ahí cobra sentido la pregunta ¿cómo sabré que los alumnos han aprendido? La respuesta reflexiva debe dejar al margen “lo que siempre se hace” y buscar una fórmula real para poder evidenciar que el alumno ha aprendido efectivamente. De ahí podrán surgir numerosas y nuevas maneras de enfocar los aprendizajes, la metodología de enseñanza empleada planteará modos atractivos de aprender, el alumno podrá desarrollar caminos de reflexión, de pensamiento, de procedimientos con los que alcanzará los aprendizajes propuestos. En definitiva, si no tengo un previo sistema de evaluación establecido, el proceso de enseñanza puede ser enriquecido exponencialmente. De mismo modo, el alumno se deja guiar por los métodos de enseñanza del profesor, porque su foco está en lograr aprendizajes y ahí coloca su atención, sus ideas, reflexiones, esfuerzos, etc. y, efectivamente, aprende.


La experiencia lo demuestra, aunque no he realizado ningún estudio experimental en este sentido. Cuando los alumnos salen de la Universidad, saben algunos de los contenidos que se estudiaron para el examen, que les sirvieron para obtener un título. Sin embargo, en ocasiones, han aprendido muchas otras cosas a través del proceso de enseñanza del profesor, que no se las han calificado, pero que de seguro les van a ser más útiles que las calificaciones obtenidas. Esto nos deja a las puertas de los conceptos de enseñanza y aprendizaje… para otro día.

martes, 1 de octubre de 2019

PEDALEANDO SOBRE CONCEPTOS EDUCATIVOS: 1. ENSEÑANZA UNIVERSITARIA

La palabra Universidad procede del vocablo latino universitas, cuya raíz evoca el término universalidad, probablemente haciendo alusión a la concentración de los conocimientos universales en un mismo lugar. En la Edad Media, entre los siglos VI a XII, las escuelas monásticas y catedralicias fueron sus precursoras, pero sus estudios se circunscribían fundamentalmente al ámbito religioso-teológico. A finales del siglo XII es cuando surgen las universidades como una nueva modalidad de abordar los estudios, ya no tan ligados al ámbito religioso sino al conocimiento universal y proceden de asociaciones de maestros y  eclesiásticos que reciben privilegios de los príncipes y se regulan con jurisdicción propia. Las dos primeras universidades europeas nacidas en la Edad Media y que todavía subsisten son la Universidad de Bolonia (año 1119) y la Universidad de París (año 1150), en Inglaterra las Universidades de Oxford (1167) y Cambridge (1209) y en España las Universidades de Salamanca (1209) y Murcia (1272).

Si nos asomamos por la ventana del tiempo, podríamos observar que en las clases de aquellas incipientes instituciones hay un maestro (un profesor) que habla y unos discípulos (alumnos) que escuchan. Hoy día, cercanos al año 2020, podemos asomarnos físicamente por una ventana de cualquier Universidad y, probablemente, observaremos un aula donde un profesor habla y unos estudiantes apuntan. ¿Qué ha cambiado en estos ocho o nueve siglos? Indudablemente la vestimenta de profesores y alumnos, también la modernidad de las mesas, sillas, pizarras digitales, proyectores, e incluso los alumnos utilizan ordenadores para anotar los discursos del profesor. Pero ¿ha cambiado “esencialmente” el proceso de enseñanza-aprendizaje que se realiza en las universidades? Y la respuesta es muy clara: NO.

Evidentemente ha cambiado gran parte de la metodología de enseñanza universitaria, especialmente desde que entró en vigor en Europa el llamado Plan Bolonía (en alusión a la primera universidad). A partir de ese Plan se incrementan los trabajos grupales, algunas actividades en el aula son diferentes a la mera exposición del profesor, por supuesto la utilización de las actuales tecnologías, amén de la disminución (o incremento según se mire) de la duración en años en algunas carreras y la modificación de la nomenclatura (hemos pasado de diplomados a graduados, de licenciados a graduados con máster, etc.). Pero retomando la pregunta, respondemos que “esencialmente” no ha cambiado nada.

Y es que la esencia de la enseñanza sigue siendo la misma, es el profesor quien muestra, señala, expone, dicta… una serie de conocimientos. En el aprendizaje no ha cambiado gran cosa, es el alumno quien recibe esas enseñanzas y, si quiere y se esfuerza, los aprehende, los coge, los asimila… Tampoco ha cambiado la evaluación, el profesor pregunta para verificar si el alumno tiene en su poder algunos de los conocimientos expuestos y el alumno (antes oralmente, ahora por escrito) “expulsa” lo que ha aprendido o memorizado.

Y en realidad, es la fórmula más cómoda tanto para los alumnos como para los profesores. Con este sistema de exposición de conocimientos el profesor simplemente tiene que refrescar lo que ya sabe, profundizar algo más en las últimas investigaciones sobre la cuestión, exponerlo en el aula y preguntar para ver qué se le ha quedado. Cambiar toda esa metodología supondría un esfuerzo que, para muchos, no merece la pena. Por su parte, el alumno prefiere escuchar, anotar y memorizar, escribirlo en un examen y se acabó. Si tuviera que trabajar en equipo, resolver problemas reales buscando el conocimiento oportuno, leer investigaciones y obtener datos sobre la materia, realizar proyectos de cara a una futura aplicación de los conocimientos estudiados, etc., es indudablemente un esfuerzo muchísimo mayor que memorizar en tres días los apuntes de todo el cuatrimestre.


Probablemente la clave para pasar de una enseñanza medieval a una moderna se encuentre el la forma de evaluar. Hablaremos de ello.

miércoles, 29 de agosto de 2018

ESCUCHAR A LOS NIÑOS

Es maravilloso observar a los padres hablar a sus bebés. Viéndoles uno se queda admirado de las cosas que somos capaces de decir a un bebé, palabras o sonidos que, para alguien ajeno al enorme amor que une a los interlocutores, carecen de sentido: “pero que dice mi currucu”, “hay que tutu, cucu, tata”, “que te como, que te guiso, que te meto al horno”, y todas las que nos podemos imaginar. Pensando en el significado de estas escenas, me atrevo a elucubrar que una de las razones por las que los bebés nos resultan tan maravillosos, es que les podemos hablar y todas sus respuestas (inteligibles la mayor parte de las veces) nos parecen deliciosas: sonrisas, sonidos agradables, etc.

Efectivamente, los niños y niñas desde recién nacidos (incluso desde la configuración de su sistema auditivo en el seno materno) hasta los dos años aproximadamente, tienen que escuchar para ir adquiriendo el lenguaje. Es una función esencial de los padres y de los adultos que les rodean hablarles para que vayan asimilando los sonidos de nuestro idioma, las palabras, las estructuras gramaticales, etc. A este respecto podemos citar un estudio neurológico elaborado con niños y niñas que fueron adoptados con meses, pero cuyas familias adoptivas pertenecen a otra cultura y país diferente, por tanto con un idioma distinto al de los padres biológicos. Se constató que, al iniciar sus primeras palabras, estos niños tienen algunas dificultades con sonidos concretos del lenguaje de sus padres adoptivos, y los neurólogos lo achacan a que durante el periodo de gestación los sonidos que escuchaban los bebés en el vientre materno eran diferentes.

Pero como la vida sigue, los bebés dejan de serlo y pasan a ser niños y niñas, muy ricos, guapos y maravillosos, pero ya no son esos bebés que responden con una sonrisa y un gesto que nos hace decir “te comería”. Empieza el periodo de decirles: “eso no”, “estate quieto”, “cuántas veces te tengo que decir que …” y miles de expresiones similares que nos vamos trasladando de generación en generación. Y continuan creciendo y comienzan a expresar sus ideas y sus sentimientos y … de repente parece que los adultos seguimos igual y en lugar de quedarnos absortos ante ese lenguaje, todavía incipiente y falto de corrección gramatical y sintáctica, continuamos hablando y hablando y dando razones y más razones, utilizando expresiones como: “ya te dicho”, “mira que te digo”, “me has oído”, “escúchame”, etc.

Menos hablar y más escuchar

Cuando mantengo entrevistas con los padres de alumnos de Infantil, de primeros cursos de Primaria, e incluso de la ESO, muchos padres asienten que hay conductas de sus hijos que no son del todo positivas, pero ellos justifican su propio comportamiento educativo como padres con la siguiente frase: “yo ya se lo digo”. Realmente estoy empezando a odiar esa frase. Me explico.

Evidentemente los padres debemos “decir” las cosas a nuestros hijos, aportar razones para que eviten determinadas conductas, explicarles cómo es el comportamiento correcto en determinadas circunstancias y hacerles las oportunas observaciones sobre hechos que podemos presenciar en casa, en la calle o en los medios de comunicación. Pero “decir” no basta, sobre todo hay que “hacer”, hacer lo que queremos que ellos hagan, es decir comportarnos nosotros mismos como queremos que ellos se comporten posteriormente. El ejemplo es manido: “hijo, no se dicen esas palabrotas” y acto seguido insultamos al árbitro, criticamos con vehemencia a la famosa de turno o, peor aún, utilizamos esas palabras en el hogar. Entonces el “yo ya le digo” es lo más ineficaz que existe.


Dicho esto, volvemos al inicio, ¿por qué no somos capaces de escuchar a los niños y niñas sus reflexiones, sus expresiones de sentimientos y emociones, sus dudas, sus preguntas (a veces, aparentemente, impertinentes)… con el mismo talante que lo hacíamos cuando emitían sonidos de bebés? Necesitan aprender ahora igual que entonces, ya no sólo el lenguaje, sino a través del lenguaje. En primer lugar de su propio lenguaje, pero para eso hay que escuchar. Un niño no aprende a construir su lenguaje y su pensamiento solo internamente, necesita exteriorizarlo y que un adulto le confirme que lo hace bien, o le establezca pautas para hacerlo correctamente. Y eso solo se puede hacer escuchando, pero escuchando con el mismo amor con el que escuchábamos sus balbuceos.

lunes, 26 de febrero de 2018

La educación según Platón

Últimamente le estoy dando vueltas a cómo nos podría ayudar en nuestra tarea educativa de padres y profesores, las diversas concepciones sobre la educación que escribieron los grandes filósofos y pedagogos antiguos. Quisiera empezar por uno de los más difíciles de entender, sobre todo teniendo en cuenta la tendencia actual a no considerar que sus obras y escritos están enmarcados en un contexto social determinado, y caemos en la tentación de considerarlos como un producto de nuestros días, cometiendo así un gran anacronismo.

Por ello vamos a obviar, que no omitir, algunas de las ideas platónicas propias de la época espartana (estamos hablando del siglo IV a.C.), tales como que la educación debía estar totalmente en manos del Estado y que se debía apartar a los niños de sus padres. Ambas ideas son producto de los deseos de Platón de arreglar el gran problema social de la época: la superación del egoísmo y de la corrupción, para crear una democracia y una comunidad de hombres formados de acuerdo a unas normas universales.

Pero sí vamos a centrarnos en el término paideia (educación) para señalar dos aspectos, uno para determinar lo que no es educación, para Platón la educación no es la instrucción en un oficio o la formación profesional; y otro para definir lo que sí es, Platón entiende la educación como aquella acción que “inculca la virtud de desear convenirse en un perfecto ciudadano con saber suficiente para gobernar y ser gobernado en justicia”.

Para entender mejor a Platón cuando habla de construir un ciudadano virtuoso, tenemos que observar que en la teoría platónica, el Estado, al igual que el alma individual, está constituido por tres partes: la concupiscible (productores y comerciantes), la irascible, (hombres de armas) y la racional (filósofos). De tal forma que individualmente se alcanza la virtud controlando la concupiscencia y la ira con la razón. Para poder culminar su deseo de constituir la polis como una sociedad justa, moralmente buena, eso sólo se podría hacer mediante la paideia (educación), de tal forma que una persona debía llegar a ser justa y llevar una vida moralmente buena, logrando gobernar la concupiscencia y la ira a través de la razón.

Es sobre estos últimos aspectos, sobre los que podemos pedalear para que nos puedan servir de ayuda en nuestra tarea educativa de padres y profesores. En definitiva Platón nos invita a inculcar la virtud en los niños y niñas, para que lleguen a ser perfectos ciudadanos. Dicho en términos de actualidad, a los niños hay que ayudarles a esforzarse para ser ordenados, sinceros, alegres, laboriosos, respetuosos, etc. (aquí cada uno puede poner mayor énfasis en las virtudes que a uno le parezcan más oportunas), y añadiría, con san Pablo, que por encima de todas ellas está el amor.


De esta forma tendríamos ciudadanos que establecen un orden en las cosas materiales y en las no materiales, por ejemplo dando mayor valor a lo que es más importante; tendríamos ciudadanas que dicen la verdad con la consiguiente prudencia para decirla de modo respetuoso y sin ofender a otras ciudadanas; tendríamos vecinos alegres que saludan por las mañanas con una sonrisa, que muestran su alegría en las circunstancias positivas o no tan positivas que acaecen a otras personas; tendríamos trabajadoras responsables que afrontan sus tareas con decisión e intentan hacerlas con la mayor eficiencia posible, que no se escaquean de su trabajo; tendríamos personas respetuosas con las demás personas, que no insultan por pensar diferente, que no se mofan de quienes han tenido alguna desgracia, que no se imponen por la fuerza; en definitiva tendremos una sociedad construida por personas que aman.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

AHORA LA UNIÓN ES MAYOR

Hace unos meses escribí en este blog una reflexión titulada “Demostrado científicamente”. En aquellas letras pretendía decir algo tan sencillo como que a los matrimonios que rezan unidos les resulta más sencillo amarse, reconciliarse si se han peleado, perdonarse si se han ofendido y, en definitiva, mantenerse unidos en el amor que un día se profesaron públicamente.

Pues, ni pintado me acaba de llegar una breve historia desde Torreciudad, en la que se vuelve a corroborar esa máxima: “familia que reza unida, permanece unida”. En este caso se trata de la situación extrema de una pareja que está decidida a divorciarse y, no se sabe muy bien por qué, acude a un santuario de la Virgen, al parecer sin grandes pretensiones… Dejemos que nos lo relate el mismo rector del Santuario don Pedro Díez-Antoñanzas:

"A primera hora de la tarde vi a una joven pareja con cara de pocos amigos mirando la imagen de la Virgen de Torreciudad que tenemos en la explanada, junto al altar al aire libre.

Yo iba con algo de prisa, pero como estaban en mi camino, algo me empujó a preguntarles: -"¿qué tal?". Por el tono y la expresión, enseguida percibieron que no era una fórmula de simple cortesía. -"Muy mal", respondió él. -"Vamos a divorciarnos, y hemos venido aquí como último recurso, a ver si la Virgen arregla nuestro matrimonio. Porque esta es nuestra última oportunidad."

 No era tema para hablar en público, desde luego, pero no quisieron aceptar una conversación en otro lugar. Así que sólo pude animarles a que asistieran al rezo del rosario y a la exposición y bendición solemne con el Santísimo que yo iba a celebrar al poco rato en el santuario. Él no sabía lo que era; ella recordó lo que le explicaron de pequeña en el colegio, un centro educativo atendido por monjas. 

El caso es que dijeron que sí, que entraban. Durante el acto de culto les puse a los pies del Señor y de la Virgen, y al terminar salí al atrio para saludar a varias personas conocidas. En ese momento, los vi esperándome con los ojos humedecidos por las lágrimas. -"¿Qué ha ocurrido?", pregunté. 

-"Esto se ha arreglado -dijo ella-, a mitad del rezo del rosario, nos hemos mirado a los ojos y nos hemos cogido de la mano. No han hecho falta palabras, en ese momento, los dos sabíamos que todo se había arreglado, que la Virgen lo había hecho, que nuestro matrimonio estaba salvado". 

-"Y una señora -apuntó él- nos ha dicho que mañana también hay rosario y bendición, así que hemos decidido quedarnos a hacer noche por aquí cerca para poder asistir también mañana". 

Es difícil describir cómo era la expresión de nuestros tres rostros, aunque estoy convencido de que la mayor sonrisa en ese momento se encontraba en el Cielo."

Efectivamente, no es ningún secreto que, en ocasiones, al marido o a la mujer nos dan ganas de mandar todo a “hacer puñetas”, de romper nuestro compromiso de amor eterno que nos hicimos… y todo por “es que siempre dices…”, “es que siempre haces…”, “eso me ha dolido…”, “ya estoy harta de tus…”, etc.

¿Qué pasa si en lugar de reprocharnos aprovechamos para rezar el rosario los dos juntos? Pues pasa lo que les pasó a esa pareja que fue a Torreciudad, “que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, … haya sido desamparado de Vos”, y la unión entre ambos se hace mayor. Algún día lo demostraré científicamente.